Hay muchas personas que son de la opinión de que: «Todos somos iguales delante de Dios». Aunque esto es cierto en el sentido espiritual de la palabra (para Dios nos hay diferencia entre todos los seres humanos), es importante que entendamos algunos detalles para poder llegar a alcanzar correctamente a este colectivo:
1.- Los sordos no son mudos. La expresó sordomudos no es correcta. Un sordo tiene sus cuerdas vocales perfectamente, lo que ocurre es que al no poder escuchar sus palabras, le es muy difícil reproducir los sonidos adecuados de cada palabra de forma que nosotros los podamos entender. Sólo con la fuerza de la práctica y la ayuda de un logopeda (persona que enseña a pronunciar correctamente) es posible avanzar en este campo.
2.- Un sordo no se considera una persona discapacitada. Un sordo no ve la sordera como un defecto, sino que ellos piensan que son así (igual que una persona de color nace así, por ejemplo). Esta actitud no tiene que estar reñida con el deseo que Dios pueda sanarles de su sordera; de hecho en muchas reuniones piden oración por sanidad (creemos en ello), pero no hay que insistir excesivamente en ese tema: Dios sabe el porqué de todas las cosas, y ellos en muchos de los casos son felices así.
3.- La compresión escrita y morfológica del lenguaje (el orden de las frases y a veces el significado de algunas palabras) no es la misma que en las personas oyentes o que en los sordos oralistas (o personas que se quedaron sordas cuando hablaban correctamente). Ello hace que se deba explicar (en lengua de signos generalmente) más extensamente y con muchos ejemplos e ilustraciones algo que les queramos enseñar.
4.- Hay dos grupos de sordos: los oralistas son aquellos que pueden leer los labios y que hablan igual que los oyentes; y los que se comunican por medio de la lengua de signo, que hablan con las manos. Cada grupo tiene unas necesidades específicas que es necesario suplir. Sin bien la enseñanza y la comprensión es más parecida a los oyentes en los sordos oralistas, sin embargo se ha de tener en cuenta por ejemplo que en una conferencia ha de estar una persona a su lado oyente vocalizando claramente las mismas palabras que el predicador está diciendo. Por otro lado, los sordos que hablan lengua de signos necesitan un intérprete que esté traduciendo el mensaje y a ser posible, aparte un refuerzo en la enseñanza para que puedan cubrirse las posibles lagunas que la rápida interpretación pueda haberles dejado.
Todo este trabajo es un gran reto para todos aquellos que hemos sentido la carga de alcanzar a estas almas. Sin embargo sabemos que de nuestra parte tenemos al mejor ayudador: el Espíritu Santo nos capacita para poder llevar a cabo su llamado. ¡Gloria al Señor!